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La voz que te cuenta audiolibros
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El despertar de Isaak Bábel

El despertar de Isaak Bábel f63e

11/4/2025 · 18:31
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La voz que te cuenta audiolibros

Descripción de El despertar de Isaak Bábel 37v6d

Isaak Babel (1894-1940) fue un reconocido escritor y periodista ucraniano-soviético, conocido por su estilo distintivo y su aguda observación de la vida en la Rusia soviética. Es especialmente celebrado por su colección de relatos cortos titulada "Caballería Roja", que relata historias de la vida de los cosacos durante la Guerra Civil Rusa. En este breve relato Isaak Babel nos traslada al paisaje perdido de su infancia en donde se produce su primer acercamiento a lo que más tarde y durante toda su vida constituiría su vocación literaria. Relato aunque breve, intenso en las descripciones de los personajes que constituyen este primer encuentro vital con el arte, con la vida, en suma, con el destino. 8206o

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El despertar. Un cuento de Isaac Babel. Yo soy la voz que te cuenta.

Toda la gente de nuestra categoría, corredores, tenderos, bancarios y oficinistas de compañías navieras enseñaban música a sus hijos. Nuestros padres, al no ver salida para mí, idearon una lotería. La montaron sobre los huesos de la gente menor. Odessa quedó afectada por ese delirio más que otras ciudades. Se debía a ello a que durante decenios nuestra ciudad suministró niños prodigio a las salas de concierto del mundo. De Odessa salieron Misha Elman, Tsimbalis, Gravilovits, aquí comenzó Yasha Heifetz.

Al cumplir el niño a los cuatro o cinco años, la mamá llevaba a ese ser minúsculo y enclenque al señor Chagursky. Chagursky tenía una fábrica de niños prodigio, una fábrica de enanos judíos con cuellos de encaje y zapatitos de charol. Los encontraba en los tugurios de la moldabanca y en los patios macilentos del bazar viejo. Chagursky daba la primera orientación. Después los niños eran enviados al profesor Auer de Petersburgo. El alma de aquellos alfeñiques de hinchadas cabezas azules cobijaba una potente armonía.

Llegaban a ser virtuosos de fama, y mi padre quiso darles alcance. Tenía yo catorce años, había rebasado la edad de los niños prodigio, pero por mi estatura y flojedad bien podía pasar por uno de ocho años. En eso estaban todas las esperanzas. Me llevaron a Chagursky. Por respeto a mi abuelo accedió por muy poco precio. Un rublo la clase. Mi abuelo, Leidy Ischok, era el hazmerreír de la ciudad y su ornato. Deambulaba con chistera y choclos y arrojaba luz sobre los asuntos más oscuros.

Le preguntaban qué era un gobelino, por qué los jacobinos traicionaron a Robespierre, cómo se fabrica la seda artificial, qué es la cesárea. Mi abuelo podía responder a todas esas preguntas. Por respeto a su sabiduría y a su demencia, Chagursky nos cobraba un rublo por clase. Es más, por temor a mi abuelo perdía el tiempo conmigo, porque yo era un caso perdido. Los sonidos se desprendían de mi violín como limaduras de hierro. A mí mismo aquellos sonidos me tronzaban el corazón. Pero mi padre no me dejaba en paz.

En casa sólo se hablaba de Misha Ellman, al que el propio Zar liberó del servicio militar. Zimbalist, según las noticias de mi padre, fue presentado al rey de Inglaterra y tocó en el palacio de Buckingham. Los padres de Gabrilovich compraron dos casas en Petersburgo.

Los niños prodigio habían enriquecido a sus papás. Mi padre hubiera transigido con la pobreza, pero necesitaba la fama. «¡No puede ser!», le susurraban los que comían a cuenta suya. «No puede ser que el nieto de un abuelo como ese…». Yo era de distinta opinión. Cuando ensayaba los ejercicios de violín, colocaba en el atril un libro de Turgenev o de Dumas, y mientras rascaba el instrumento devoraba una página tras otra.

De día contaba a los chicos de la vecindad, patrañas, que de noche pasaba el papel. En nuestra familia la escritura nos venía de herencia. Levi Shkok, que a la vejez se chifló, durante su vida estuvo escribiendo una novela titulada «El hombre sin cabeza». Yo salí a él.

Cargado con la funda y las notas, me trasladaba tres veces a la semana a la calle Evite, antes Borjanskaya, a casa de Chagursky. Allí, sentadas a lo largo de la pared, hacían cola judías pletóricas de histérico entusiasmo. Sobre sus rodillas débiles soportaban unos violines que en tamaño superaban a quienes llegarían a tocar en el Palacio de Buckingham.

Se abría la puerta del santuario. Del despacho de Chagursky salían dando tras pies niños cabezudos, pecosos, de cuello delgado como el tallo de una flor y con rubor epiléptico en las mejillas.

La puerta volvía a cerrarse, tragándose al enano siguiente. Tras la pared se desgañitaba cantando y dirigiendo «El maestro», con pajarita, rizos peligrosos.

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