Los Cuatro Humores 3c4n4u

Hoy nos sumergimos en la fascinante teoría de los cuatro humores, una idea que dominó el pensamiento médico durante más de 2.000 años. Imaginen la antigua Grecia, el siglo V antes de Cristo. Hipócrates, considerado el padre de la medicina occidental, propuso una visión integral de cómo funcionaba el cuerpo humano. No solo se centró en las enfermedades, sino también en la base misma de la salud y el temperamento. Su teoría central postulaba la existencia de cuatro fluidos esenciales, los llamados humores. La sangre, la flema, la bilis amarilla o cólera y la bilis negra o melancolía.

Para Hipócrates y sus seguidores la salud no era simplemente la ausencia de enfermedad, sino un estado de equilibrio dinámico entre estos cuatro humores. Cuando estos fluidos se encontraban en proporciones armónicas, el individuo gozaba de una buena salud física y mental. Sin embargo, cuando el desequilibrio ya fuera un exceso o una deficiencia de alguno de ellos, se consideraba la raíz de todas las dolencias. Los síntomas eran vistos como manifestaciones de este desajuste humoral y el objetivo de la medicina era por lo tanto restaurar la armonía perdida.

Pero la influencia de los cuatro humores no se limitó a la explicación de las enfermedades. Tanto Hipócrates como el influyente médico romano Galeno, extendieron esta teoría para comprender la diversidad de las personalidades humanas. Creían que la predominancia de un humor sobre los demás moldeaba el carácter y las tendencias de cada individuo. Así, una persona en la que la sangre era el humor dominante, se consideraba de temperamento sanguíneo, individuos cálidos, optimistas, entusiastas, sociables y con una marcada inclinación hacia el placer y la actividad.

Por otro lado, si la flema era la que predominaba, el temperamento era flemático, personas calmadas, lentas en sus reacciones, a menudo apáticas, pero también reflexivas y racionales. Cuando la bilis amarilla era el tumor más influyente, el temperamento resultante era el colérico, individuos enérgicos, apasionados, viciosos, pero también propensos a la ira, la irritabilidad y las reacciones impulsivas. Finalmente, el predominio de la bilis negra daba lugar al temperamento melancólico, personas reflexivas, introspectivas, a menudo tristes o ansiosas, con una tendencia a la contemplación profunda y la sensibilidad.

Durante siglos, esta visión integral del cuerpo y la personalidad, influyó profundamente en la práctica médica. El diagnóstico se basaba en la observación de los síntomas como indicadores de un desequilibrio humoral, y los tratamientos buscaban restablecer la proporción adecuada a través de dietas específicas, sangrías para reducir el exceso de sangre, purgas para eliminar la bilis, y el uso de hierbas con supuestas propiedades para influir en los humores. Esta teoría no era sólo una idea médica, permió la cultura influyendo en la literatura, el arte, incluso en la filosofía, ofreciendo un marco para entender la complejidad del ser humano.

Sin embargo, con el advenimiento de la ciencia moderna, la teoría de los cuatro humores fue gradualmente perdiendo su hegemonía. El desarrollo de la anatomía detallada, la fisiología experimental, y finalmente la bioquímica y la microbiología, revelaron una imagen mucho más compleja y precisa del funcionamiento del cuerpo humano y las causas de las enfermedades.

Descubrimos que las dolencias tienen orígenes diversos, desde infecciones por microorganismos hasta alteraciones genéticas y disfunciones orgánicas a nivel molecular, mucho más allá de un simple desequilibrio de fluidos. Asimismo, la personalidad se entendió como un producto complejo de la interacción entre la genética, el entorno y el funcionamiento del cerebro.