El aullido extra: La España mágica y fabulosa, el sillón del diablo y la garra del diablo 405w23

Estás escuchando Lobos en la niebla con Daniel Maya.

Es impresionante lo que nos vamos encontrando en libros.

Por ejemplo, tengo aquí entre mis manos un libro que escribió Jesús Callejo y que se llamó La España Fabulosa.

Leyendas que dejan huella.

Es un libro que es súper interesante ya que vemos en él todas las leyendas y todas las historias que dan lugar incluso a ciertas festividades y demás.

En este libro se ve claramente una España que como bien dice su nombre es fabulosa.

En Valladolid, que es el museo provincial y que también es museo arqueológico, se encuentra un sillón que desde luego la historia que tiene llama poderosamente la atención.

Casi en la última planta de este edificio, en una habitación decorada y destinada a colocar objetos de la España del siglo XVI, allí de cuerpo presente se encuentra ese sillón.

Un sillón al que le dicen el sillón del diablo.

Para mayor sorpresa de lo que hay allí, desde luego impone cuando encuentras ese sillón al lado de una mesa de madera de nogal y con un cartel que dice cronológicamente que es del siglo XVI.

Se ha hablado muchísimo de ello. Muchísimo.

Alonso Rodríguez de Guevara, que nació en el año 1520 y falleció en 1587, fue el primero que abrió una cátedra de anatomía en España, situándola en la ciudad de Valladolid, que por entonces era capital del reino, con Felipe III entre 1601 y 1606.

Era una cátedra que estaba a la altura de la de Montpellier en Francia o la de Bologna en Italia.

Pues bien, Andrés de Proazza no era bien visto por sus colegas, aunque sí por sus pacientes que decían curarse con sus remedios.

Para culmo, tenía orígenes judíos y pronto empezó a correr el rumor de que hacía tratos con el diablo, de que en su casa se veían extraños resplandores nocturnos y se divulgó que sus conocimientos tenían más relación con un pacto satánico que con sus años de práctica de la medicina.

El remate final fue la desaparición de un niño que fue visto por última vez cerca de su casa.

Recordemos que la Inquisición en aquella época se tomaba muy en serio todos esos rumores.

Hay que decirlo, buena era la Inquisición para ello.

Entraron en su vivienda, registraron el sótano y encontraron al niño desaparecido, lamentablemente ya muerto y con signos evidentes de haberle practicado una autopsia o una vivisección.

Las autoridades encarcelaron al médico, lo torturaron y acabó confesándolo todo.

Él itió lo que había hecho y hasta cómo lo había hecho.

La excusa que argumentó es que quería conseguir amplios conocimientos de medicina y para ello no reparó en gastos ni en escrúpulos morales.

Necesitaba estudiar la anatomía en profundidad y no se le ocurrió mejor nada.