2x30 Temblores (1990) 132y13

Me llamo Rhonda Levesque.

Voy a pasar aquí un semestre.

Sí, geografía.

Geología.

Sí, bueno, en realidad, sismología.

Terremotos.

Vosotros sois Val y él, ¿no? He oído hablar de vosotros.

Mentira, seguro.

Quiero que me contestéis a una pregunta.

¿Sabéis si por aquí están haciendo excavaciones o voladuras o algo parecido? ¿En esta zona? ¿Qué va? Bueno, ahora mismo tengo conectados unos sismógrafos.

Sirven para medir vibraciones.

¿Vibraciones del suelo? ¿Sí? A veces me indican vibraciones muy extrañas.

Llevan funcionando en la universidad más de tres años y jamás habían registrado nada igual.

Preguntaremos por ahí.

A ver si sabe alguien algo.

Gracias.

Como se hayan estropeado, perderé todo el semestre.

En fin, siento molestaros.

No te preocupes.

Ha sido un placer y espero que se arregle todo.

Buenas a todos, copilotos.

Hay películas que, aunque no fueron grandes superproducciones ni arrasaron en premios, dejaron una huella imborrable en toda una generación.

Temblores es una de esas joyas que, con su mezcla de terror, comedia y aventuras, se convirtió en parte de nuestro imaginario colectivo.

Y es que hablar de Temblores es abrir la puerta a todo ese cine de los 80 y 90 que hoy recordamos con tanto cariño.

Casi como formar a parte de nuestra familia.

Eran otros tiempos.

La magia del videoclub, el ritual de rebobinar la cinta antes de devolverla, los poteres espectaculares y esa emoción de descubrir una película por su carátula, sin tráilers, en redes ni spoilers.

Temblores, como tantas otras.

La veías por primera vez sin saber muy bien a qué te enfrentabas y terminabas enganchado, remitiéndola una y otra vez.

Porque ese era el encanto de aquellas películas.

Sabían atraparte sin necesidad de fuegos artificiales digitales.

Aquellos monstruos salidos del desierto, los famosos graboides, eran un ejemplo perfecto del ingenio y el trabajo artesanal del cine de la época.

Efectos plásticos, marionetas, trucos de cámara, etc.

Y, sobre todo, personajes carismáticos que te caían bien desde el minuto uno.

No era solo acción o suerte, no era solo acción o sustos, era humor, era ingenio, era chispa que hoy muchas veces echamos de menos.

Lo bonito de este tipo de películas es que lograban algo muy difícil, ser entretenimiento puro, sin pretensiones, pero con un alma enorme.

Te hacían reír, te hacían saltar del sofá y, sobre todo, te hacían disfrutar.

Temblores está en la misma liga que Kritter, Grezli, El terroño más su puerta.

Todas esas cintas que hoy son de culto y que en su momento simplemente fueron la peli que más molaba.

Y es que, al final, no son solo películas, son recuerdos de tardes de verano, de noches con amigos, de palomitas quemadas en el microondas y de mirar debajo de la cama por si acaso hay algo.

Son parte de nuestra historia personal, de nuestra educación cinéfila y de una época en la que el cine tenía algo que hoy es difícil de replicar, encanto.

Por eso seguimos hablando de ella, porque si bien vivas en nosotros y porque, seamos sinceros, si hoy enciendes la tele y están echando temblores, te lo vuelves a ver entero y con una sonrisa de amor.