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Has llegado a la casa del acantilado con Paco Moreno. Bienvenido.

El sol poniéndose en el horizonte con unos tonos naranjas, rosáceos y el desierto. Este maravilloso desierto nos envuelve con su silencio lleno de historias. El desierto no es solo un lugar, es un sentimiento, un susurro de la tierra. El desierto cubre un tercio de nuestro planeta.

Desde las dunas del Sáhara hasta las llanuras heladas de la Antártida, los desiertos son mucho más que arena y sol. Son un canto a la resilencia, un hogar para criaturas valientes, un refugio para culturas milenarias y un espejo de nuestra propia capacidad para adaptarnos y para soñar.

Venga, vente. Vamos a caminar juntos por este paisaje mágico, para descubrir los secretos, las maravillas, las lecciones que el desierto tiene para nosotros.

Sin duda alguna, el desierto es un mundo lleno de contrastes. Un desierto es como un amigo que no necesita hablar mucho para decirlo todo. Técnicamente es un lugar donde la lluvia es muy muy escasa. Y esto hace que el agua sea un tesoro y la vida tenga que ser ingeniosa para florecer. Pero no te dejes engañar por esta definición muy muy sencilla, porque los desiertos son tan variados como variadas son las estrellas. Cada uno, cada desierto tiene su propia alma, su propia manera de cautivarnos. Hay desiertos cálidos, como el de Sáhara en África, el de Sonora en América o el de Arabia. Hay desiertos fríos, como el del Gobi en Mongolia.

Desiertos muy cerca de la costa, como el desierto del Navib en Navibia o el de Atacama en Chile.

De hecho, el de Atacama es tan seco que hay lugares donde no ha llovido en siglos.

Hay desiertos polares, como en la Antártida o en el Ártico, y estos desiertos sí son extremos. Ahí el agua está congelada, atrapada en el hielo. La vida tiene que ser más valiente todavía para encontrar su lugar. Por lo tanto, cada desierto pinta su propio cuadro. Algunos, como el de Rub al Jalí en Arabia, te hipnotizan con dunas que parecen como si fueran olas congeladas.

Otras, como el desierto de Utah, te sorprenden con cañones, con arcos en la roca, con mesetas que parecen esculpidas por un artista. Y luego están los salares, como el de Yununi en Bolivia, que brillan como espejos bajo el sol. Pero todos, todos sin excepción, te enseñan que la vida puede encontrar un hogar incluso en los lugares más duros.

El desierto es un escenario de extremos, pero un escenario lleno de vida. Te has perdido. Has llegado a la casa del acantilado y tienes la puerta abierta. Quédate y decide. Sube a la guardilla, baja al sótano, pasa por el gabinete o mira hacia el alcázar. Aquí la historia se lee, se ve y se escucha. Es tu momento. Pasa al otro lado. Pisar un desierto es como entrar en un mundo donde todo es intenso.

Durante el día el sol te abraza con demasiada fuerza. Las temperaturas pueden llegar a los 55 grados. Pero cuando el sol se esconde, el frío llega rápido, rapidísimo, porque no hay nubes ni humedad que guarden el calor. En el Sáhara, por ejemplo, puedes pasar de sudar a tiritar en muy pocas horas, como si el desierto quisiera recordarte que siempre tienes un plan.